Boudica (o Boadicea), la reina guerrera que hizo temblar a los romanos en Britania
Viajamos en
Freaks que hicieron historia a la antigua Roma pero no para contar la vida de
alguno de sus héroes, sino de uno de sus más temibles enemigos… o mejor dicho,
enemigas. Estamos en la época del emperador Nerón, mas o menos en el 60 después
de cristo, y acompañaremos a Boudica, también llamada Boadicea en su forma
latina, la indómita reina de los icenos, azote de las legiones romanas y, hoy,
nuestra protagonista.
Para entender la
figura de Boudica hay que retroceder casi un siglo antes de su nacimiento.
Aproximadamente en el 55 antes de Cristo, Julio César ponía el pie en lo que
luego sería la provincia romana de Britania. Las dos legiones que llevó con él,
la séptima y la décima, además de 80 barcos, formaban un contingente militar
excepcional que en las primeras semanas no se encontró con problemas para
eliminar la resistencia de la tribus locales. Aún sin su caballería y las
tropas de refuerzo, que venían aún por el Canal de La Mancha, la campaña se
presentaba fácil para el héroe romano.
Pero, como le
pasaría años después a la Armada Invencible española, una enorme tempestad
complicó sus planes y todo este contigente tuvo que darse la vuelta para volver
a la Galia. Julio César, sin abastecimiento y a pesar de no haber sido
derrotado, tuvo que embarcar a sus soldados y marcharse de las islas
británicas.
César volvería un
año después, mucho mejor preparado, y esta vez sí que conquistó y romanizó
buena parte de Britania, pero el proceso se culminaría realmente en el 43
después de Cristo, durante el mandato del emperador Claudio, quien obtuvo la
pleitesía de las tribus británicas más destacadas relegando a los rebeldes al
frio norte escocés desde donde plantearon su resistencia.
Entre tanto, en
el año 30 después de Cristo, llegaba al mundo Boudica en el seno de la tribu
icena que ocupaba en la región de la Anglia del Este. Actualmente corresponde a
los condados de Norfolk y Sufolk en Inglaterra, una situación mas o menos
aislada que permitía a los paisanos de nuestra protagonista una cierta independencia
del Imperio romano.
Según
historiadoras como Bonnie S. Anderson, Boudica era una mujer de complexión
fuerte, voz áspera y cabello rojizo que le llegaba hasta las rodillas. Poco se
sabe de su infancia, más allá de que le pilló con apenas 12 años la victoria
del emperador Claudio, y con apenas 18 años se casaría con Prasutago, el rey de
la tribu icena, convirtiéndose así en reina consorte.
Prasutago era,
además de rey, un personaje tremendamente rico y poseía una enorme fortuna con
la que intentó, por todos los medios, garantizar un futuro acomodado para
Boudica y las dos hijas que tuvo con ella. Y esto no era algo común en esa
época debido a la organización que regía en la Britania. Los britanos rendían
cuentas políticas a un presidente y económicas al procurador imperial. Según
los historiadores, la precariedad en la que se encontraban algunas tribus era
tal que en no pocos corrillos se oía
comentar: “Antiguamente solo estábamos sometidos a un rey; más ahora estamos
bajo el imperio de dos tiranos: el presidente, que insulta a nuestras personas,
y el intendente, que se apodera de nuestros bienes”
Eso, siempre que
se estuviera a buenas con las autoridades romanas, porque también se ha
registrado en los anales históricos la brutalidad de los centuriones romanos
ante quien se retrasara en sus pagos o… que se negara a hacer frente a los
impuestos.
Volviendo a la
familia de Boudica, lo cierto es que vivieron una vida bastante despreocupada
hasta el año 60 después de cristo. La muerte de Prasutago supuso un enorme
problema a la hora de repartir su herencia ya que los romanos se lanzaron sobre
sus bienes como hienas.
El problema se
generó por la ausencia de hijos varones de Prasutago. Según la costumbre celta,
no había problema para que las hijas del rey iceno heredaran las riquezas y los
títulos de su padre… pero esta igualdad no se contemplaba del lado romano. A
las autoridades romanas se les ocurrió nombrar al emperador como coheredero del
reino de Prasutago, algo bastante común por otra parte. Este tipo de
testamentos conseguí que durante la vida del rey se mantuviera un estatus de
semi-independencia y poder arrebatarle su reino sin tener que guerrear a su
mierte.
Pese a que el
bueno de Prasutagus había hecho todo lo posible por que esto no pasara, donando
mas o menos la mitad de sus riquezas al Emperador como tributo y pago por el
bienestar futuro de su mujer e hijas, a su muerte la ley romana fue ejecutada.
Su reino anexionado como si hubiera sido conquistado, sus bienes fueron
confiscados y los nobles icenos se convirtieron en esclavos para pagar la deuda
que Prosutago había contraído al pedir préstamos a los romanos.
El que perpetró
este robo fue el procurador romano Cato Deciano, que no tuvo problemas en
enviar a sus soldados para masacrar la tribu de Boudica… y de paso quedarse con
su dinero y tierras. En este primer encuentro, los romanos arrasaron al pueblo
de nuestra protagonista. Quemaron casas, pasaron a cuchillo a los hombres,
violaron y mataron a las mujeres… en definitiva, todos los horrores que se os
puedan ocurrir en una contienda de la época.
Como relata el
historiador Maggio, los latinos se ensañaron especialmente con Boudica y sus
hijas creyendo que al ser la familia “real” de los icenos, servirían de ejemplo
para atemorizar a sus súbditos. La horrorizada reina tuvo que ver como los
soldados azotaban y violaban a sus hijas, sentimiento que a la postre la
llevaría a desatar su ira y tomar las armas.
Una vez se
marcharon los soldados de Cato Deciano, los icenos se aliaron con tribus
vecinas como los trinovantes y eligieron a Boudica como su líder. Dion Casio
dice que Boudica, liberando a una liebre de entre los pliegues de su ropa e
interpretando la dirección en que corría, invocó a Andraste, la diosa britana de la
victoria, y juró venganza. Desde ese momento, su único objetivo en la vida
sería la guerra con los romanos y la aniquilación de cuantos tuviera la
oportunidad de matar.
Se desconoce el
número de soldados que consiguió reunir Boudica, pero las cifras van superan
los cien mil e incluso más de doscientos mil. Como hemos comentado antes, los
abusos romanos eran un caldo de cultivo en el que muchos britanos habían
cocinado su odio y sólo necesitaban un líder con más ganas que ellos por entrar
en batalla.
Boudica al frente
de su ejército, partió hacia el asentamiento romano de Camolodonum, lo que en
la actualidad es Colchester. Anteriormente capital de Trinovantia, al
convertirse en colonia romana era un polvorín a punto de explotar.
Si bien las
tropas de Boudica eran numerosas, no estaba ni bien equipadas ni entrenadas,
muchos de ellos eran campesinos y no tenían ni armas ni armaduras, pero suplían
la falta de pertrechos, como comprobaron sus enemigos, con una infinita sed de
sangre romana que derramar.
Esta batalla fue una
auténtica masacre. Cato Deciano envió a este emplazamiento un contingente de
200 hombres para protegerlo que más adelante fueron reforzado otros 2.500 de la
novena legión, la Hispana, comandada por Quinto Petilio, pero que no llegaron a
su objetivo ya que fueron emboscados antes de socorrer la colonia romana. Por
tanto, nada pudo detener el envite de las tribus britanas que saquearon,
quemaron la ciudad y torturando y asesinando a millares de prisioneros romanos.
Después de
reducir a cenizas Camulodonum y acabar con todos los romanos que vivían en ella
o la defendían, no se lo pensó dos veces e inmediatamente, puso rumbo con su
ejército, con la moral por las nubes por la aplastante victoria, hacia a la
capital, Londinium, la actual Londres.
Esta vez, los
romanos no esperaron a tener ante sus puertas a la reina icena de cabellos de
fuego. Como si se tratara de la llegada de la reencarnación de una de las
furias de la mitología romana, los altos
funcionarios, patricios y clase adinerada, incluyendo al infame Cato Deciano
que cruzó el canal de la Mancha hacia la Galia, recogieron sus pertenencias y
salieron a la carrera espoleados por el pánico de la masacre de Ca mu lo do num.
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Las noticias de
las matanzas de Boudica llegaron a los oídos del gobernador de Britania,
Suetonio Paulino, que se encontraba en una serie de expediciones de castigo en
el norte de lo que ahora es Gales para pacificar otros focos rebeldes. Según
cuentan los anales de la historia, puso inmediatamente rumbo a Londinium, pero
al llegar e inspeccionar las fortificaciones, declaró que la ciudad no podría
ser defendida ante las huestes de Boudica. Se marchó dejando a los habitantes a
su suerte… y no parecía que precisamente demasiado optimista.
Aquellos que
podían portar un arma se enrolaron en las legiones de Paulino, dejando niños,
mujeres, ancianos y enfermos a merced de la cruenta venganza de Boudica y su
ejército. Y la orgullosa reina icena no tuvo piedad. Acabó con todos cuantos se
habían quedado en Londinium y, de paso, arrasaron la cercana ciudad de
Veralamium, lo que hoy es Saint Albans.
Se calcula que el
número de víctimas ascendió a unos 70.000 ciudadanos romanos y britanos aliados
de estos. De estos últimos, buena parte de ellos, además, fueron sacrificados en honor de los dioses de las
tribus originarias de las islas británicas. Boudica y su ejército, en este
momento, se quitó los últimos miedos y, por primera vez ya que hasta entonces
aún tenían cierto respeto a las legiones romanas, se sintieron confiados para
entablar batalla con el ejército más temido de su época.
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Pero esto no fue
algo que ocurriera inmediato, pasaron varias semanas en las que se calcula que
Boudica y sus tropas siguieron con su sangrienta batalla, acabando con los tres
principales asentamientos romanos cercanos a la capital y con otros 80.000
ciudadanos romanos aniquilados que se sumaban a los que ya habían pasado a
espada y fuego.
Suetonio, que no
es que le tuviera miedo a Boudica, aunque quizás ya algo de respeto decidió que
había sido suficiente y era el momento de plantar cara a los rebeldes, para lo
que eligió cuidadosamente el terreno donde se enfrentaría a la indómita reina
de los icenos.
Si bien se situa
el enfrentamiento al noroeste de Londres, entre lo que era la antigua Londinium
y Viroconium, hay disensión entre los historiadores sobre el lugar exacto de la
batalla. Unos lo enclavan en la zona de lo que actualmente es la localidad de
Wroxeter mientras que otros se lo llevan a Mancetter. Ambos pueblos distan
entre si unos 80 kilómetros, fueron zona de asentamiento romano y en sus
alrededores reúnen las condiciones que Suetonio buscó para la batalla.
El gobernador
romano parece que se inspiró en la batalla de la Termópilas, donde los Leónidas
y sus espartanos resistieron hasta el fin ante los persas de Jerjes. Buscó un
paraje en el que hay una llanura, rodeada de bosques y a la que se accede a
través de unos estrechos senderos, lo que que permitiría a Suetonio una ventaja
estratégica vital: Boudica no podría flanquear a sus experimentados legionarios
ni rodearlos.
Eso sí, los
números estaban de parte de los bárbaros, unos 10.000 legionarios se
enfrentaron a los más de 100.000 ( o incluso según algunos historiadores cerca
de 200.000) soldados de Boudica, pero la táctica, la situación y la experiencia
de Suetonio y sus tropas pudo más que el ardor guerrero de Boudica y su
ejército.
La noche previa a
la batalla, después de ordenar levantar el campamento, Suetonio solicitó ser
despertado tan pronto el ejército rebelde se presentase en el campo de batalla.
Al llegar Boudica y sus tropas, las legiones se formaron en filas de siete en
fondo, con sus escudos, espadas y lanzas (dos por cada soldado). Fue en ese
momento cuando Suetonio vio que en el campo enemigo los carros de transporte y
las familias de los guerreros habían sido colocados detrás de los combatientes,
un error fatal por parte de los britones que el astuto general romano supo
aprovechar.
Cuando la
infantería britana atacó, las disciplinadas formaciones romanas hicieron caer
sobre ellos una lluvia de lanzas que diezmó sus primeras líneas, formadas por
muchos soldados sin armadura. Eso sumió en la confusión a los britanos e hizo
que retrocedieran, perdiendo así la iniciativa del ataque mientras el campo de
batalla se sembraba de muertos.
Suetonio ordenó a
sus soldados avanzar a paso lento pero sostenido, en una línea en forma de
sierra dentada, cubriendo sus flancos con sus escudos. Al verlos venir, los
guerreros de Boudica volvieron a cargar, encajonándose entre los
"dientes" de las filas romanas. Los legionarios de la primera hilera,
defendidos por los escudos, atravesaron con sus espadas a centenares de
atacantes sin apenas recibir daños. Al cabo de cuatro o cinco minutos de
combate, a una señal de sus oficiales, dejaban el puesto al que formaba detrás,
colocándose en la última posición. Eso permitía entrar en combate a soldados
"frescos" y recuperar fuerzas a los que habían peleado. La maquinaria
bélica romana mostraba así todo su potencial de destrucción.
La masacre fue
total y, al no poder perforar la formación enemiga, los britanos sintieron
pánico y comenzaron a retroceder, aplastándose unos a otros mientras los
romanos seguían su avance implacablemente. Aquí es donde el error que detectó
Suetonio fue la perdición definitiva de Boudica y las tribus britonas. En su
desesperación por huir, los britanos no solo empujaron a los guerreros que
avanzaban detrás sino a las mujeres, niños y ancianos que aguardaban el
desenlace de la batalla en la cercanía de los carros.
Los romanos no
tuvieron piedad, ni siquiera de mujeres encintas y niños, y durante horas se dedicaron a masacrar a los heridos y a
perseguir a los que habían logrado traspasar la línea de los carromatos. Cerca
de 80.000 de sus hombres murieron en la batalla. Buena parte de los restantes
fue hecho prisionero y, los menos, huyeron para salvar la vida. De Boudica no
se supo nada más después de esta batalla, pero eso no quiere decir que su final
no fuera de leyenda.
Según algunos
historiadores como Tácito, avergonzada por la derrota de su ejército, Boudica se
suicidó para no ser hecha prisionera por los romanos. Otros como Dion Casio
indica que, en realidad, los cadáveres de Boudica o sus hijas, que también
lucharon ferozmente en la batalla, nunca fueron encontrados por lo que cabe la
posibilidad de que huyeran.
Aunque fuera así,
es probable que Boudica acabara sus días poco tiempo después dado que la
represión que los romanos iniciaron en ese momento con las tribus britonas fue
de tal violencia, que hasta el propio emperador Nerón, si el que hizo arder
Roma por placer unos pocos años después, calificaría como “muy duro” el castigo
sufrido por los pueblos bárbaros que lucharon en esa batalla.
Durante muchos
años, la figura de Boudica estuvo olvidada. Fue en el renacimiento cuando se
recuperaron las obras de Tácito y Dion Casio en las que se relata su leyenda.
Especialmente, en la era victoriana, la historia de su epopeya se hizo
enormemente famosa, tanto que la histórica reina Victoria se consideraba, casi,
su reenarnación, como se relata en el poema Boadicea, escrito en honor de la
monarca por Alfred Lord Tennyson.
Actualmente, si
queréis encontrar algo que destaque su figura, lo podéis encontrar en la ciudad
que arrasó, Londres. Allí hay una estatua de Boudica y de sus hijas, muy cerca
del puente de Westminster y el Parlamento británico, instalada en 1905. Pese a
estar dirigiendo un anacrónico carro con guadañas en las ruedas, más típicas
del imperio persa que de uno britón, se
puede leer una inscripción de dos versos de un poema que le dedicó Cowper a
modo de homenaje a sus hazañas: “Regiones que el César nunca conoció, tus
herederos dominarán”.
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